viernes, 22 de julio de 2016

Antropología y Empresa - Parte III

La Persona - Parte II


Yepes Stork define a la persona por sus notas características:
  • “la intimidad”. Esta “indica un dentro que sólo conoce uno mismo” (Yepes Stork, 62. 2006). Cuando reflexionamos hacia nuestro interior se nos abre el conocimiento del fondo de nuestra realidad. Así descubrimos un punto central desde donde decimos “yo”. Ese yo es la fuente de nuestra actividad, en el cual yo me siento yo y desde el cual actuamos, al cual le atribuimos todo lo que hacemos, desde el cual conocemos y nos damos cuenta de las cosas del afuera y del mi mismo. Sólo ahí yo soy yo, todo lo demás no es yo sino mío.
  • “manifestación de la intimidad”. La persona habla, se expresa, muestra su interioridad a otros.
  • “la libertad”. Dice Yepes que el hombre por ser origen de sus actos tiene el dominio de hacer de si lo que quiera; el hombre al ser dueño de su intimidad y de su manifestación  es dueño de si mismo y principio de sus actos. A esto lo llamamos libertad.
  • “la capacidad de dar”. “El hombre, en cuanto persona no se cumple en solitario, no alcana su plenitud centrado en si sino dándose. Pero ese darse es comunicativo en el sentido de que exige una reciprocidad: el don debe ser recibido, agradecido, correspondido. De otro modo ese amor es una sombra, un aborto como amor, pues nadie lo acoge y se pierde. Dar no es sólo dejar algo abandonado, sino que alguien lo recoja. Alguien tiene que quedarse con lo que damos. Si no, no hay dar; sólo dejar” (Yepes Stork, 63. ,2006)
  • “el diálogo”. El dar tiene otro que lo recibe con quien se da una necesidad de diálogo, de intercambio a través del lenguaje, de conexión con otra intimidad.
Citando a Tomás de Aquino, Melendo llama persona a “todo individuo poseedor de una propiedad diferenciadora, que no es otra que su peculiar dignidad”. Siguiendo el pensamiento de Aquino, “la persona es lo más perfecto que existe en toda la naturaleza” es un “nombre de dignidad”. Porque se aplica a lo más excelente que hay en la naturaleza: a los hombres, los ángeles y Dios… no hay por supuesto mayor exaltación para el hombre que ser divino, de la estirpe del propio Dios.
Ahora bien, las intimidades no son iguales, ninguna es igual a otra, cada persona es única e irrepetible. Yepes Stork bien lo afirma cuando dice que la persona es la contestación a la pregunta “¿quién eres?”, soy un alguien y no un qué; y ello significa que tengo un nombre. “Ser persona significa ser reconocido por los demás como tal persona concreta. El concepto de persona surgió como respuesta a la pregunta ¿quién eres?, ¿quién soy? Es decir, respuestas a unas preguntas sobre un yo”. (Yepes Stork, 65. 2006).
Nos acercamos así al valor de la persona, porque “Quien significa: intimidad única, un yo interior irrepetible, consciente de si. La persona es un absoluto, en el sentido de algo único, irreductible a cualquier cosa. La palabra yo apunta a ese núcleo de carácter irrepetible: yo soy yo, y nadie más es la persona que soy.” (Yepes Stork, 65. 2006).
“Algo es absoluto, […] en la medida concreta en que, de un modo u otro tiene intimidad; es decir reposa en si mismo y se muestra autárquico, exento. Y como todo ello, […] es índice y raíz de dignidad, podríamos definir a esta, […] como la bondad que corresponde a los absoluto” (Melendo, 35. 1999).
“El hombre es un  absoluto en cuanto se encuentra inmune o desligado –absuelto- de las condiciones empobrecedoras de la materia; es decir en cuanto no depende intrínseca y sustancialmente de ella y, en consecuencia no se ve del todo afectado por la disminución ontológica que ésta inflige a lo estricta y exclusivamente corpóreo” (Melendo, 37. 1999).
“La clave de la excelencia humana es la presencia vitalizadora del espíritu” (Melendo, 38. 1999). La presencia del espíritu se hace indudable cuando observamos todo lo que hombre hace: el desarrollo científico y cultural, el arte, el desarrollo del lenguaje, su capacidad de aprender, su facultad de amar fruto del ejercicio de la libertad, todo lo cual lo pone por encima de los animales y que resultarían inexplicables si apelamos sólo a la materia. “La dignidad del hombre, […] se corresponde con la presencia en él de un alma espiritual e inmortal, necesaria que recibe en si  misma – y no en la materia- el acto personal de ser”. (Melendo, 38. 1999).

La peculiar nobleza ontológica de la persona humana es en tanto su ser descansa en el alma espiritual.